Tercer capítulo.
*Algo en mí me está diciendo que Justin es real.*
*Un día después*
La alarma vuelve a sonar. Pi, pi, pi… Esa horrible melodía de mí “querido
despertador”… Me levanto y me pongo las zapatillas.
No sería tan horrible si fuese la única señal, el único mensaje que me hace
levantarme y salir de mi casa. De mi cárcel. Me encamino al baño. Eso y Justin. Sensaciones extrañas acuden a
mi barriga como si fuesen llamadas. Se encuentran en el mismo punto. Haciéndome
sentir sentimientos extraños. Sentimientos que no han sido llamados,
sentimientos que no quiero experimentar. Me toco la barriga. ¿Pero qué es esto?
¿Qué es este sentimiento tan satisfactorio?
No debería gustarme. En cambio me gusta. ¿A quién le gusta sentir emociones
que ellos mismos no entienden ni comprenden? Me miro al espejo.
Toco mi cara. Suavemente paso los dedos por mis imperfecciones.
Imperfecciones causadas por unas manos. Manos que ojalá nunca más volviese a
sentir… Manos que no quiero ver nunca
más. Manos que quiero que desaparezcan.
-¡___! –Me llama gritando. Eso causa que pegue un brinco y mis manos
tiemblen. Que todo mi cuerpo se tambalee y mis pies debiliten, hasta el punto
de tener que agarrarme al lava manos que tengo delante de mí. Mi corazón late
muy fuerte. Demasiado. Suspiro, abro la puerta del baño y me encamino a la
cocina. Papá se mueve muy rápido de allí para allá. Ni siquiera me mira. Ni
siquiera un: “Buenos días hija, ¿qué tal la noche?” Cojo la cafetera y la
coloco en la placa. Suspiro, suspiro y suspiro…
Miro a papá. Para él no soy nada ni nadie. No sé lo que soy… Puede que una
réplica exacta a mamá. Cosa que no entiendo. Él amaba a mamá. Si la tocaba, era
para acariciarla. Si se acercaba, era para besarla… Entonces, ¿por qué cuándo
se acerca a mí es para gritarme y menospreciarme?
Echo de menos esas noches cuando entraba a mi cuarto, se acercaba a mí, me
besaba en la mejilla y yo le agarraba fuertemente del brazo, y con la
respiración entre cortada le decía: Papá, quédate conmigo. Los monstruos del
armario no me dejan dormir… Y él sonreía, con esa hermosa sonrisa que ya no
saca. Entonces, se acurrucaba a mi lado y me acariciaba el pelo. Esperando a
que me quedase dormida, para volver con mamá.
Pero, ¿dónde se quedó eso? En mi corazón sigue habitando ese sentimiento de
melancolía. De esperanza. La esperanza en que un día se acerque y me diga lo
orgulloso que está de mí, por soportar todo esto. Papá me saca de mis
pensamientos, dando un portazo en la puerta. Señal de que se va, para no volver
hasta media tarde. Me doy cuenta que he estado llorando y rápidamente me seco
las lágrimas. Apago la placa. Ya no vale la pena el café. Ni siquiera tomo
café. Lo detesto. Es un sabor demasiado amargo que odio en los mayores cuando
beben… Cojo mi bolso, un poco de maquillaje para tapar mis bolsas de los ojos,
y salgo para ir al instituto. Como otro día más.
Pero esta vez, esta mañana ha sido
distinta. Sonrío mientras camino por las húmedas calles, dirección al
instituto. El instituto para muchos es lo peor, lo más odiado. Para mí, es un
refugio. Allí me siento segura y protegida. Sé que nadie me hará daño. Tampoco
tengo tantos amigos que me protejan. Por decir que casi no tengo. No tengo esos
amigos que me abran sus brazos. No tengo esos amigos que me digan: “¿Quién ha
sido el que te ha hecho llorar para matarlo?” “Tranquila, no dejaré que nada ni
nadie te rompa”. Esos amigos para mí no existen. Solo en mi cabeza. En mi cabeza, habitan esos seres que deseo. Esos
seres con los que recorro mares y miles de kilómetros. Esos seres con los que
cruzo montañas. En los que el mayor regalo son las risas.
Esos seres que desearía que existieran. Esos seres que serían los mejores y
perfectos amigos para cualquiera. Pero que solo son míos, y los protegería como
si mi vida fuese en ello.
Esos seres con los que sueño…
“He venido a rescatarte” “Ven conmigo”. Esas frases vuelven a mí. Clavándose
en mi interior y dando grandes punzadas en mi cabeza, con la única imagen de
Justin mirándome mientras sonríe. Es imposible que exista. Es imposible que
alguien te pueda hacer sentir innumerables cosas a la vez… Es imposible que
alguien sea tan perfecto. Que con sus palabras y su melodiosa voz te hagan
flotar en las nubes, y si se va, caigas a trompicones y vuelvas a aterrizar…
Pero él, en cambio, no demostraba signos de frialdad. Ni siquiera logro
encontrar, entre mis recuerdos de ayer en la playa, una imperfección… No,
simplemente era perfecto. Nadie en su sana vida me ha tendido su mano. ¿Por qué
ese chico sí? Insistiría en que es producto de mi imaginación… Si no fuera por
que he sentido algo extraño al besarle.
Y por que algo dentro de mí que no quiere salir me está diciendo a gritos
que es real.
X: ¡Hola tía! –Alice me sorprende con un gran abrazo por detrás, a la altura
del cuello. Desprende un agradable olor. Me recuerda a su familia. Su familia
está compuesta por su hermano mayor, ella, el pequeño y sus padres. Son muy
agradables conmigo, y envidio a Alice por tener una familia que este ahí para
apoyarte y ayudarte, por tener unos hermanos a los que le puedes contar tus
secretos y estos te aconsejen.
Envidio a Alice por tener una familia estable.
Yo: Hola Alice. –Le sonrío.
Alice: ¿Qué tal? –Me pregunta, mientras se aparta su pelo liso de la boca.
Se ve que ha venido corriendo desde su casa, es una persona muy híper activa. Y
mi mejor amiga.
Bajo la mirada y agarro fuertemente mi bolso.
Alice: Joder, ¿otra vez lo ha vuelto hacer? ¿Otra vez te ha pegado?
Yo: Alice, baja la voz por favor.
Alice: ¡NO! Me da asco, ¿lo entiendes? Me da asco que te toque y te sientas
indefensa…
Yo: Alice, tengo algo más importante que contarte. –La interrumpo y ella
inmediatamente se calla. Para seguir atacando milésimas de segundos después.
-Alice: ¿Algo más importante, que el hecho de que tu padre te ha vuelto a
pegar?-
Yo: Sí. –Le respondo rápidamente mientras clavo mis ojos en los suyos.
Verdosos fuertes. Ella mira hacia adelante. Entiendo que es mi oportunidad para
empezar a contarle.
Yo: Alice… Ayer vi a un chico.
Alice: ¿Te refieres a esos seres raros que habitan en tu cabeza?
Yo: No son raros Alice, son únicos. –Ella suspira. –Son… Especiales.
Alice: Ya…
Yo: Pero este ser… Era distinto a todos los demás.
Alice: A ver, ____, me acabas de decir que no son “raros” si no “únicos y
especiales”. Ahora me dices que justo ese ser del que me quieres hablar es
especial. –Hago una vuelta con mis ojos, y ella hace el gesto de las comillas
en los adjetivos.
Yo: Por que lo es, Alice. Ese ser… Era distinto, no sé como explicártelo…
Ese ser parecía real. ¿Entiendes?
Alice: ¿Cómo si no habitase en tu cabeza?
Yo: Exacto. Era como si de verdad pudiese sentir, hablar, oler sin que yo
tuviese que pensarlo.
Alice: ¿Cómo estás tan segura?
Yo: Por que me besó.
Alice: ¿Qué hizo qué?
Yo: Alice, me besó. Ese chico tenía algo…
Alice: Eso es por que te has enamorado.
Yo: ¿Me he qué?
Alice: Enamorado. Es la sensación más placentera que el ser humano puede
sentir. Ya sabes, ese sentimiento que te recorre todo el cuerpo cuando le ves o
pasa por tu lado.
Entonces, la imagen de Justin con su enorme y preciosa sonrisa vuelve a mi
cabeza. Y ya no me acuerdo que Alice está a mi lado, explicándome lo que es
estar enamorado. Ni si quiera hace falta. Porque lo estoy sintiendo en mi
propia piel. Un sentimiento que nunca antes había sentido. Y me daba miedo a
pensar, de que verdad podría estar empezando a sentir algo por ese chico tan
indescriptiblemente perfecto.
Yo: Pero Alice, eso es imposible. –La interrumpo.
Alice: ¿Por qué dices eso?
Yo: Por que nunca le he visto.
Alice hace una especie de ruido, como intentando aguantar las ganas de
reírse, antes la semejante estupidez que haya podido provocar en ella y su
reacción.
Alice: Eso es imposible. Si tú afirmas creer que ese chico es real.
Yo: Es real. Lo que pasa, es que nunca antes lo he visto. Pero
algo dentro de mí no me lo dice, me grita que lo es.
Alice me interrumpe y pone una mano en mi barriga para que me parase en
seco, ya que estaba mirando el suelo.
Alice: Oye, ¿quién es el rubio de la puerta? –Me pregunta, mientras miro
hacia la entrada del instituto.
Yo: No lo sé, pero parece ser que ellas sí le conocen… -Digo con media
sonrisa. Miro a Alice. Parece conocerle, pero por tanta expectación que hay en
la puerta de nuestro instituto, no lo recuerda.
Alice: ¿Y ese? Es bastante mono… - Un chico se pone al lado del otro. Miro
irónica a Alice. Es muy guapa. Hasta con el mayor de los caretazos, apuesto que
sigue teniendo la cara más bonita de la faz de la Tierra. Sus ojos son verdes
fuertes, su pelo castaño liso. Un color más claro que el de Justin. Joder, otra
vez… Malditas mariposillas, maldita esta sensación de flotar, maldito todo.
Maldito él.
Alice: Hostias, no puede ser… ¡NO PUEDE SER ÉL! ¡Es él! –Me grita Alice
mientras sus labios empiezan a gritar demasiadas cosas a la vez, cosas que no
logro entender, mientras el histerismo en la puerta del instituto causa que
vuelva a mirar hacia el bullicio, y dejar que Alice mueva mi brazo de aquí para
allá por su nerviosismo.
Entonces, es ahí. En ese momento.
Cuando miras a esa persona y sientes que el mundo ya no existe. Cuando sientes
que se para el tiempo, que el resto de las personas van a una velocidad
demasiado lenta. Como si el mundo quisiera darte una oportunidad de mirar a esa
persona perfectamente, para no equivocarte de que la elección que dicta tu
corazón, es correcta.
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